El sistema de Naciones Unidas ha servido para crear un espacio para la expresión de ideas diversas sobre ética que antes se limitaban a los terrenos académicos o las confrontaciones políticas por conflictos ambientales locales.
Buena parte de la primera generación de declaraciones insistía en una valoración utilitarista. Obviamente las consecuencias de una posición utilitarista de tono mercantil son muy distintas a aquellas que se basan en el compromiso con las generaciones futuras, pero de todas maneras ambas tienen una perspectiva antropocéntrica. América Latina insistió en que los problemas ambientales se dan en contextos sociales, y no es reflejo de una mera relación individuo – entorno. Esos aportes se expresaron en las referencias a la injusticia, los llamados a la educación, etc., y desembocaban en una ética que exigía una moral social.
Las obligaciones morales con el ambiente se asociaron a la lucha contra la pobreza. La crisis ambiental siempre aparecía indisolublemente ligada a la crisis de la pobreza. En este sentido el debate latinoamericano fue diferente al del hemisferio norte, donde la discusión sobre la ética era más individualista (relaciones individuales con la Naturaleza) y más biocéntrica (valores propios en el ambiente).
Los procesos sociales se postulan como objetivos y se espera que la sensibilidad, afectividad y la ética no invadan la esfera pública y queden relegados a los espacios privados. Sin embargo, la posición tradicional que insiste en el saber científico-técnico como única fuente de resolución de los problemas ambientales no ha sido exitosa, y de hecho algunas aplicaciones de ese conocimiento están en el centro de los debates.
Muchos reconocen hoy que es necesario un punto de partida ético para abordar los problemas actuales. Por ejemplo, el conocido promotor de estos temas, J. Baird Callicott sostiene que la “civilización industrial global, con su infinito poder para la destrucción ambiental, ha eclipsado a la ética ambiental que prevaleció en el pasado”. Las sucesivas crisis en América Latina hacen que se perciba a la extracción de los recursos naturales como la única salida posible para salir de las emergencias sociales, ambientales y económicos, y entonces se generan espejismos de oposiciones entre conservación y progreso con resultados inaceptables.
Justamente la visión productivista tradicional está anclada en una postura que no da lugar a la reflexión ética.
En efecto, la perspectiva del libre mercado sostiene que el mercado por sí mismo generará las soluciones más eficientes. Las apelaciones a una “ética” o a cualquier forma de “justicia” son combatidas ya que abren las puertas a las intervenciones en el mercado desde el Estado o algún sector de la sociedad. De esta manera, la reducción de la Naturaleza a un valor económico sólo permite una “sustentabilidad débil”, mientras que la alternativa es la preservación del ambiente a partir de una pluralidad de valores, no sólo económicos, sino también ecológicos, estéticos, religiosos, etc.”
Frente a ese problema existen varias opciones que permiten esbozar un optimismo moderado.
Buena parte de la primera generación de declaraciones insistía en una valoración utilitarista. Obviamente las consecuencias de una posición utilitarista de tono mercantil son muy distintas a aquellas que se basan en el compromiso con las generaciones futuras, pero de todas maneras ambas tienen una perspectiva antropocéntrica. América Latina insistió en que los problemas ambientales se dan en contextos sociales, y no es reflejo de una mera relación individuo – entorno. Esos aportes se expresaron en las referencias a la injusticia, los llamados a la educación, etc., y desembocaban en una ética que exigía una moral social.
Las obligaciones morales con el ambiente se asociaron a la lucha contra la pobreza. La crisis ambiental siempre aparecía indisolublemente ligada a la crisis de la pobreza. En este sentido el debate latinoamericano fue diferente al del hemisferio norte, donde la discusión sobre la ética era más individualista (relaciones individuales con la Naturaleza) y más biocéntrica (valores propios en el ambiente).
Los procesos sociales se postulan como objetivos y se espera que la sensibilidad, afectividad y la ética no invadan la esfera pública y queden relegados a los espacios privados. Sin embargo, la posición tradicional que insiste en el saber científico-técnico como única fuente de resolución de los problemas ambientales no ha sido exitosa, y de hecho algunas aplicaciones de ese conocimiento están en el centro de los debates.
Muchos reconocen hoy que es necesario un punto de partida ético para abordar los problemas actuales. Por ejemplo, el conocido promotor de estos temas, J. Baird Callicott sostiene que la “civilización industrial global, con su infinito poder para la destrucción ambiental, ha eclipsado a la ética ambiental que prevaleció en el pasado”. Las sucesivas crisis en América Latina hacen que se perciba a la extracción de los recursos naturales como la única salida posible para salir de las emergencias sociales, ambientales y económicos, y entonces se generan espejismos de oposiciones entre conservación y progreso con resultados inaceptables.
Justamente la visión productivista tradicional está anclada en una postura que no da lugar a la reflexión ética.
En efecto, la perspectiva del libre mercado sostiene que el mercado por sí mismo generará las soluciones más eficientes. Las apelaciones a una “ética” o a cualquier forma de “justicia” son combatidas ya que abren las puertas a las intervenciones en el mercado desde el Estado o algún sector de la sociedad. De esta manera, la reducción de la Naturaleza a un valor económico sólo permite una “sustentabilidad débil”, mientras que la alternativa es la preservación del ambiente a partir de una pluralidad de valores, no sólo económicos, sino también ecológicos, estéticos, religiosos, etc.”
Frente a ese problema existen varias opciones que permiten esbozar un optimismo moderado.
- En primer lugar postular una ética ambiental más vigorosa, y por lo tanto, con mayores y más claras consecuencias en las políticas públicas. Por ello no se padece un problema de falta de principios, sino que es necesario pasar de las ideas a la acción.
- En segundo lugar pasar a la práctica que evidencia no existir voluntad política para efectuar estos cambios que nutren la demanda ciudadana donde las personas presencien interesadamente la crisis ambiental.
- En tercer lugar, los cambios políticos tendrán un espacio de aplicación a nivel del Estado-nación, por eso es imprescindible incorporar la dimensión internacional, tanto a las agencias de las Naciones Unidas como aquellas derivadas de Bretton Woods o que la ONU tenga preeminencia sobre las instituciones Bretton Woods o cambiar los gobiernos del FMI y el Banco Mundial.
El enfoque ético es indispensable para lograr los cambios políticos necesarios para entrar en el camino de la sustentabilidad, para lograr cambios en las actitudes personales y en las expectativas sociales, modificar “los esquemas mentales: la preocupación por el medio ambiente, el asegurar que los pobres tienen algo que decir en las decisiones que los afectan, la promoción de la democracia y el comercio justo” (Stiglitz).
Ideas finales:
Ideas finales:
- La ética es base del desarrollo sostenible
- El desarrollo sostenible no ocurre sin contenido ético y capital social
- La ausencia de ética conduce a sociedades no solidarias y gobiernos con altos índices de corrupción
- Las fallas éticas llevan al debilitamiento de las instituciones democráticas y los medios materiales en que se desenvuelven
- Una sociedad basada en principios éticos mejora la distribución de riqueza, disminuye la exclusión social, la desigualdad, dota a la mayoría de servicios de calidad y desarrolla mejores prácticas sostenibles.
¿Qué tareas pendientes nos quedan para asegurar el desarrollo sostenible desde una perspectiva ética?

- Impulsar un cambio en nuestro sistema educativo que se direccione a una nueva relación con la tierra.
- Determinar que la asignación presupuestaria de recursos que pasa en nuestras manos en cada legislatura asegure componentes y objetivos de sostenibilidad.
- Los recursos deben ponerse a disposición de instituciones y de grupos que demuestren tener habilidad para llevar a cabo los proyectos sostenibles.
- Brindar apoyo político al desarrollo sostenible y a las instituciones u organismos internacionales que tienen en sus manos esa responsabilidad.
- Las políticas y leyes deben desarrollarse desde una perspectiva completamente holística, que comparta los valores antes mencionados.
- Los políticos deben velar por sistemas de acceso que permitan alcanzar la sostenibilidad.
- Incorporar los valores propios de las etnias (pueblos indígenas y sus costumbres) a los que se les reconoce una mayor sensibilidad y respeto por el medio ambiente y sus habitats.
- Seguimiento permanente y evaluación de las acciones de efectividad y aplicación de los instrumentos internacionales y de la legislación doméstica sobre medio ambiente y desarrollo sostenible, independientemente de los cambios de gobierno, y que se asuma como política de Estado.
En realidad, “la ética y la cultura humana pueden considerarse como una consecuencia de la evolución natural, la ética puede exigir moderación y un ritmo apropiado de nuestras acciones para darles a los procesos naturales una buena oportunidad para compensar nuestros errores” Dürr (1997). Así la justicia distributiva, generosidad, moderación, conocimiento y prudencia, se constituyen en claves éticas del desarrollo sostenible.
Texto copiado del blog de Formación Inicial Docente, lea el original en http://www2.minedu.gob.pe/digesutp/formacioninicial/?p=637#ixzz2EaSyFqd3
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